1080 x 1920
7’26”
2022- Residencia Artística Huerta Sónica
Con la colaboración / with the collaboration of de Elena Villamil, Laura Wiesner, Juanita Espinoza, Juan David Salamanca, Diana Vergel.
La lluvia no tiene sonido, su sonido solo existe al chocar contra algo. No nos detenemos a pensar en nuestra lluvia interna, la de esa selva interior hasta que choca con el bosque de otro.
Uno existe siempre en los territorios que ama y donde lo aman. Así, la libertad del amor eficaz que no exige ni debe nada a otros territorios, sin expectativa, ofrece aportar desde la actividad proactiva al vínculo, desde la fertilidad del suelo propio.
Tal vez la frustración de no amar (vivir) en libertad (entendiendo la no libertad como límites y fronteras ajenas, incongruentes y confusas) es la que produce el hervir de las partículas, el caos, la náusea, el cansancio, el cataclismo, la explotación de recursos, el control, porque es en la libertad congruente donde se reconocen los límites de un territorio y se le ama, al escucharlo y escuchar el propio, no en el miedo y la disparidad entre la palabra que camina y la acción.
Tenemos tantos caminos recorridos, tantas heridas que han sanado haciendo puentes, y tantas que no, que se convierten en pantanos, en los que nos sumergimos y acampamos con placer por temor a hacer un nuevo puente sea demasiado grande para terminarlo, por descubrir que no somos perfectos, que la única verdad que tenemos es lo que nuestras tripas nos entregan, esa sensación de calma sincera, de estar en el regazo de nuestras madres, de respirar un aire silencioso.
Ninguna herida, ningún recuerdo, ninguna intensión justifica hacerle daño a otro, ningún interés colectivo justifica la invasión de un territorio, ninguna intensión benévola justifica el cruce de un límite, ninguna mentira o hipérbole puede transformar el pasado y quitarnos la responsabilidad de hacernos cargo de nosotros mismos, los territorios sanan con abonos de voluntad individual, a veces el barbecho se remite solo al silencio individual.
La tierra nos enseña que dar demasiado es dañino, podemos ahogar plantas por exceso de agua, así solo pretendamos alimentarlas con lealtad y deseos de paz, podemos quemar montes cuando proyectamos sobre la hierba fuegos ajenos, podemos ser ciegos ante las buenas intensiones de alguien que se camuflan bajo sus actos incendiarios que cruzan límites puestos ahí por una razón. Dentro de estas certezas que la tierra mojada nos hace penetrar en la piel hay una que se inserta de forma más profunda. Todos los territorios, los cuerpos frágiles que somos, atravesamos trastornos que no nos definen, que devienen de nuestras raíces, del exceso de cuidado, de dolor, de cosecha monocultivada, de extractivismo . Estamos juntos en esta lucha por acoplarnos a la otredad desde el bien común.
¿Qué es lo que nos hace parar un ciclo de consumo inconsciente y mutuo de recursos, de seres, de alientos, de espacios, de círculos, de vínculos? La acción, la acción de reconocer que el daño que el otro hace y que uno ejerce causa un dolor, produce una herida, asesina un fruto. La acción de ver desde los procesos de regeneración natural de la tierra, de la vida, que el dolor, permite que cada uno de nosotros evaluemos y reconozcamos de qué forma hemos cruzado límites en otros territorios, de qué forma hemos abusado, de qué forma hemos sobrecuidado a la hierba hasta asfixiarla, de qué forma hemos asesinado un territorio prendiéndole fuego con pretensión de liberarlo, de qué manera imponemos de forma colonizadora nuestros mecanismos de liberación y corte sobre otros, destruyendo algo que va más allá de lo que podemos dimensionar. Nadie puede o debe ser salvado, cada rizoma encuentra su camino solo.
Todo dolor que se ejerce en nuestro territorio da cuenta de las fallas propias y mejorías venideras, toda liberación que ejerzamos, que parta desde el amor verdadero, es decir, la prolongación de la vida, implica un reconocimiento compasivo de esos actos dolorosos, implica una confianza plena en el camino propio, y una relativización despierta de saber cuándo detenerse, cuando detener una invasión, cuando irse de ese territorio que no nos pertenece, porque ningún territorio nos pertenece.
El invasor llama invasores a los genuinos cuidadores de la tierra. A aquellos que expulsó tras invadir sus territorios. La acción de cambio, de crecimiento, no implica el soportar en silencio la invasión y el ultraje, implica enfrentarlo, combatirlo, anotarlo y retirarse ante el fin. Implica compartir el territorio desde la no agresión del mismo y de sus habitantes, implica habitarlo solo desde la construcción. Solo se debe habitar un territorio compartido con intensiones de siembra, no de daño.
Entonces, querido sembrador y sembradora, compañero y compañera de cosecha, victima del incendio colectivo, mano que sostuvo el hacha de forma consciente y que tumbó el árbol, al árbol que extendió sus ramas fuera de sus tierras pretendiendo alimentar al que no quería ser alimentado. Respira, no puedes hacer nada más, respira, acepta, construye desde adentro la consciencia de tu humanidad, de no ser villano y víctima, amo o esclavo, colonizador o invadido, de ser el sustrato de tu propia tierra. Porque al final, cuando seamos el polvo que habita en cajas de madera, granitos de arena que no se notan, pero hacen falta, cuando todos regresemos a la tierra, seamos tierra, solo quedarán las lecciones de estos tránsitos de territorios, y el recuento de cuantos otros territorios y puentes construimos con los despojos de siembras y cosechas anteriores.
Podemos, sí, observar todos los polos de la siembra, perder la inocencia y descubrir con valentía a la realidad.
El límite es primero propio.
El proyecto Escucha Atenta está inspirado en 3 duelos, 2 de ellos mortales. Estas experiencias permearon mi proceso de creación (y de existencia) generando serios cuestionamientos entorno a la construcción sostenible de vínculos y como estos tienen un parangón con las dinámicas que ocurren en con el territorio. Es un homenaje al acto de escucharse a sí mismo y a los otros, entendiendo a los otros como territorios que confluyen con el propio y que interpelan en la construcción de colectividad. Cuestiona las formas en las que los vínculos intervienen en el cuerpo físico, y desde la escucha con micrófonos ultrasónicos, la meditación y respiración guiada invita al espectador y participante a consumir una infusión diseñada para ecualizar el sistema de alerta del cuerpo e indagar en el mundo interior de cada individuo, permitiendo un análisis profundo de los vínculos.
El proyecto apela a una escucha individual y colectiva desde los elementos que el espacio de creación provee para colocar al cuerpo como biomediador de la experiencia sensitiva. Para este proceso se generaron varios encuentros con personas que intervinieron en la residencia, así como personas que a lo largo de mis viajes territoriales y construcción identitaria constituyeron apoyos y puntos de escucha atenta para mí. En estos encuentros además de remitirse a la nostalgia de lo vivido se manifestaron varias dinámicas de construcción de vínculos que apelan a la reciprocidad, pero también a un vertiginoso sentimiento de que las redes de afectos en vez de ampliarse, a lo largo de la vida se achican o se convierten en despojos de lo que una vez fueron. Los vínculos además permean desde dinámicas de cuidado procesos de dignidad personales que se tornan intransferibles y que se basan en la libertad como punto de partida para la afectación, esta libertad está basada en la responsabilidad de sí mismo y luego de los seres circundantes.
Así, la jerarquía de vínculos se establece primero desde el ser y su manutención sostenible y responsable, desde los límites que permiten esa manutención, a partir de estos se establecen redes externas de vínculos que se transforman en el devenir de la vida. Así, la perdida o despojo de vínculos puede estar intervenida por procesos de explotación, abuso y eliminación (como ocurre con dinámicas que se ejercen hacia el territorio) y que están determinadas por límites incongruentes o por necesidades individuales que no consideran a la colectividad. Dentro de esta investigación se intenta además contraponer la creencia que propone el bienestar personal en un vínculo como un acto de trabajo meramente individual para subvertirlo por una perspectiva que apela a la colectividad como una conjunción de límites y responsabilidades intercaladas en la otredad.
La pieza está compuesta por los sonogramas del ultrasonido focalizado en cada parte del cuerpo, partes que fueron detonadas por ejercicios de indagación y respiración al evocar el vínculo más fuerte o más profundo. Este proceso de indagación sensorial está basado en la respiración como medio de anclaje al cuerpo físico dentro del ejercicio de evocación. El ejercicio propone una conjunción entre el conocimiento de las hierbas, el manejo psicosomático desde la respiración y la indagación consciente de las dinámicas relacionales individuales para explorar las intimidades colectivas de cada persona vinculada. dos somos territorios en exploración
Pieza creada en el marco del FESTIVAL ESTACIÓN SONORA EXPERIMENTAL 2022- Puerto contemporáneo
Huerta Santa Elena- Bogotá- Colombia
Contó con el diseño gastronómico de Juan David Salamanca














Bolsas de té con Meditación / tea bags with sound
2022- Residencia artística Huerta Sónica.